MANUEL VICENT 28/02/1993
Los domingos los hizo Dios para bostezar. Aunque las cosas vayan muy mal, los domingos fueron hechos también para rascarse la espalda por debajo del pijama. Dios creó este mundo lleno de corrupción, y al séptimo día descansó, esto es, apagó la radio, dejó a un lado los periódicos y ni siquiera puso el telediario de las tres. Durante toda esta jornada quiso olvidar el engendro que había realizado. A la hora del desayuno, Dios se preparó unas tostadas con mantequilla y eligió una mermelada de fresa mientras todo el cielo ya olía a café. Se sentó en un sillón de orejas frente a la bandeja y sólo se permitió' hojear muy por encima un suplemento dominical donde venían recetas para adelgazar y la última moda que en ese momento se llevaba en el paraíso. No se había quitado el pijama todavía. En chancletas, Dios anduvo de acá para allá toda la mañana por sus aposentos privados, que tenían doble cristal en las ventanas para ahorrarse los aullidos que llegaban desde el fondo del universo. Tal vez escuchó un poco de música de Bach y al mismo tiempo se entretuvo leyendo algún reportaje sobre ecología o se fue en chándal al supermercado a comprar comida dietética o aún amodorrado dejó que llegara mediodía y entonces se dispuso a cocinar. Preparó una ensalada muy completa, en la cual volcó toda la sabiduría y bondad que no había utilizado al crear el mundo. Se componía de berros, pepinillos, apio, arenques, salmón ahumado, aceite y orégano. Dios sabía que la Tierra estaba llena de violencia. Un coche bomba acababa de reventar el World Trade Center de Nueva York, pero eso no impidió que degustara delicadamente la ensalada sin prisas, puesto que era domingo. Después se echó una siesta, y al final de la tarde vio por televisión un partido de fútbol o algo de rugby tomando una copa muy relajado. Toda la corrupción de este planeta acumulada durante el fin de semana comenzó a airearse de nuevo por la radio en la madrugada del lunes, y Dios, ya bien bostezado ahora, tenía fuerzas para soportarla.
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