27/02/2000 MANUEL VICENT
De pronto durante el mitin se enciende una luz roja: el candidato sabe que en ese momento debe abandonar cualquier templanza en el discurso para convertirse en una fiera y lanzar desde lo más alto de su ira el insulto, la amenaza o la promesa que será mañana un titular en los periódicos. La luz roja le avisa de que las cámaras han conectado en directo con el telediario y que detrás de ellas, más allá de las pancartas y banderas de sus fieles que llenan el local, hay millones de seres en sus casas desprevenidos cenando. Uno de estos inocentes anónimos levanta los ojos de la sopa de fideos y pregunta quien es ese señor que grita tanto. Alguien de la mesa le dice que es uno de los candidatos que trata de arreglarles la vida. Esta familia es muy pacífica: no ha hecho nada para que ese hombre se ponga tan fuera de sí. Ante los alaridos del candidato el perro comienza a ladrar y estos ladridos promueven también el llanto de un niño de tres años que se ha asustado. Mientras el padre trata de acallar al perro el candidato proclama todos los sacrificios que está dispuesto a hacer por la felicidad de los ciudadanos, pero el animal parece que no se cree nada. Promesas y ladridos se superponen. La madre consuela a su niño diciéndole que todo es una broma, que ese señor tan enfadado cuando termine de gritar en el televisor se irá a tomarse unas copas con sus amigos. Pese a que el perro y el niño a su edad ya están acostumbrados a ver en la pantalla toda clase de estruendos con coches destrozados y extraterrestres malignos de orejas puntiagudas, intuyen en las palabras del candidato una violencia extraña. En ese mismo telediario, antes de conectar en directo con el mitin del candidato, las noticias de actualidad no han podido ser más perversas. Ha salido un terremoto, un bombardeo, una epidemia, pero la pantalla del televisor ha convertido esas tragedias en una emulsión de algodoncillos azules y rosas. Es un enigma sin resolver por qué la ira de un político y su rostro crispado no consiguen disolverse en ese color uniforme de teta de novicia de la pantalla y en cambio lo logran los muertos despanzurrados, las máquinas que escupen fuego y la crueldad de los muñecos animados. Durante los mítines en Norteamérica solo lanzan globos y serpentinas sin doctrina alguna. ¿Por qué será que aquí en el telediario ante los gritos de cualquier candidato ladran los perros y lloran los niños?
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