sábado, 19 de julio de 2008

SURCOS

Surcos
MANUEL VICENT 23/04/2000

Se dice que el Dios de los cristianos después de muerto y antes de resucitar bajó a los infiernos, pero nadie ha contado qué hizo allí los tres días que duró la visita. Mientras en Viernes Santo las tahonas de los pueblos olían profundamente a pan confitado y los espárragos, las habas y las alcachofas servían de contrapunto al Oficio de Tinieblas, tal vez el Héroe del Gólgota estaba en la oscura región de Hades pactando el cambio de la Historia con los dioses viejos. Según el rito agrario que se desarrolló a orillas del Nilo durante miles de años Dios sólo era una semilla que moría, se enterraba, se pudría y con la ayuda del sol sacaba un ojo verde por las grietas de los surcos y resucitaba. A lo largo de los siglos ha habido infinidad de gente humilde que no ha necesitado nada más que este misterio de la agricultura para sentirse inmortal. Grandes filósofos, poetas y guerreros de la antigüedad también han tenido a orgullo diluirse para siempre en cualquiera de los cuatro elementos que componen el universo según los presocráticos, tierra, agua, fuego, aire, y no han sentido la necesidad de ir más allá de lo que el cuerpo da de sí después de la muerte. Las entrañas de Prometeo encadenado fueron arrancadas por las águilas y se confundieron con el aire en pleno vuelo; Newton enterrado bajo el mismo manzano que le inspiró la ley de la gravedad ha tenido el honor de convertirse en abono orgánico; Gandhi incinerado aún arde como una llama perenne; si Ulises hubiera por fin naufragado hoy sería agua y sólo agua. Hasta que el Dios de los cristianos no bajó a los infiernos la humanidad se había conformado con tener la misma dignidad de los minerales, así como las deidades de Egipto aprendieron de las habas la única forma de resurrección. Realmente el infierno era entonces una academia subterránea cruzada por un río oscuro formado por las miradas de todos los muertos. Algunos héroes descendían allí para adquirir fuerza antes de realizar una hazaña. Tal vez el recién Crucificado se sentó tres días en el borde de ese río de ojos subterráneos y en su espejo vio reflejas cúpulas de innumerables templos cristianos, grandes sacerdotes con vestiduras de oro bendiciendo guerras, patíbulos y hogueras de herejes con la cruz alzada. Los muertos le suplicaron a gritos: ¡no resucites, te volverán a matar! No obstante Dios resucitó al tercer día entre las grietas de los surcos de primavera.

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