La misión
MANUEL VICENT 27/08/2000
Fue un gran filósofo quien dijo que el fundamento del poder estriba en que alguien está dispuesto a matar y a morir para ser reconocido frente a otro que no está dispuesto ni a matar ni a morir porque prefiere vivir a cualquier precio aun sin ser reconocido. Este principio se puede aplicar al combate entre machos de una camada para imponer el mando único y a las luchas por el territorio en una comunidad de monos o de tribus humanas. Si se lleva esta filosofía al País Vasco se descubre que allí hay una banda armada que, según el confuso diccionario de todas la lenguas editado en Babel, se denominan asesinos, terroristas, soldados o patriotas, decidida a dar su vida y a quitársela a otros ciudadanos, que según ese mismo diccionario maldito, se llaman demócratas, constitucionalistas, invasores o verdugos, que no están dispuestos a usar otras armas que la Razón del Estado de Derecho. Decididos a evitar cualquier enfrentamiento armado, a los demócratas no les queda otra solución que el diálogo porque quien está obcecado por matar y morir lleva las de ganar si tiene en frente a alguien que lo único que quiere es la vida a toda costa. Pero en contra de lo que parece el diálogo siempre es una pasión de los fuertes, su fortaleza imbatible. En el caso del País Vasco hay que sentarse a la mesa para que los terroristas abandonen las armas. No se trata de una condición previa. Precisamente ese es el punto a discutir. ¿Acaso no se dialoga con el atracador que tiene encañonada a la cajera del supermercado? Ni al policía más cerril se le ocurriría insultar desde la calle con el megáfono a ese sujeto. Por otra parte Euzkadi es hoy tierra de misión. Navarra y el País Vasco han dado innumerables misioneros que se han expandido por todas las selvas del mundo para convertir a los salvajes al reino de Dios. Francisco Javier se fue hasta el Japón a bautizar a extrañas criaturas. Ningún peligro les arredraba y soportando los ritos más sangrientos de algunos indígenas muchas veces llegaron hasta el martirio para atraerlos a la fe. Nunca los políticos demócratas tendrán una tierra de misión tan próxima, una selva tan difícil y un destino más elevado que hablar para que los terroristas dejen de matar. Puede que en medio de ese diálogo suene una bomba y otra y otra. No importa. Mañana a las nueve otra vez todos los partidos sentados a la mesa sin descanso hasta que logren bautizar a estos infieles.
MANUEL VICENT 27/08/2000
Fue un gran filósofo quien dijo que el fundamento del poder estriba en que alguien está dispuesto a matar y a morir para ser reconocido frente a otro que no está dispuesto ni a matar ni a morir porque prefiere vivir a cualquier precio aun sin ser reconocido. Este principio se puede aplicar al combate entre machos de una camada para imponer el mando único y a las luchas por el territorio en una comunidad de monos o de tribus humanas. Si se lleva esta filosofía al País Vasco se descubre que allí hay una banda armada que, según el confuso diccionario de todas la lenguas editado en Babel, se denominan asesinos, terroristas, soldados o patriotas, decidida a dar su vida y a quitársela a otros ciudadanos, que según ese mismo diccionario maldito, se llaman demócratas, constitucionalistas, invasores o verdugos, que no están dispuestos a usar otras armas que la Razón del Estado de Derecho. Decididos a evitar cualquier enfrentamiento armado, a los demócratas no les queda otra solución que el diálogo porque quien está obcecado por matar y morir lleva las de ganar si tiene en frente a alguien que lo único que quiere es la vida a toda costa. Pero en contra de lo que parece el diálogo siempre es una pasión de los fuertes, su fortaleza imbatible. En el caso del País Vasco hay que sentarse a la mesa para que los terroristas abandonen las armas. No se trata de una condición previa. Precisamente ese es el punto a discutir. ¿Acaso no se dialoga con el atracador que tiene encañonada a la cajera del supermercado? Ni al policía más cerril se le ocurriría insultar desde la calle con el megáfono a ese sujeto. Por otra parte Euzkadi es hoy tierra de misión. Navarra y el País Vasco han dado innumerables misioneros que se han expandido por todas las selvas del mundo para convertir a los salvajes al reino de Dios. Francisco Javier se fue hasta el Japón a bautizar a extrañas criaturas. Ningún peligro les arredraba y soportando los ritos más sangrientos de algunos indígenas muchas veces llegaron hasta el martirio para atraerlos a la fe. Nunca los políticos demócratas tendrán una tierra de misión tan próxima, una selva tan difícil y un destino más elevado que hablar para que los terroristas dejen de matar. Puede que en medio de ese diálogo suene una bomba y otra y otra. No importa. Mañana a las nueve otra vez todos los partidos sentados a la mesa sin descanso hasta que logren bautizar a estos infieles.
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