Pistolas
MANUEL VICENT 07/08/1994
Nunca como hoy el pensamiento débil se habrá visto protegido por tantas pistolas. El eurofórum donde se celebran las charlas y los coloquios de la Universidad Complutense de El Escorial se halla rodeado por la Guardia Civil. y un helicóptero sobrevuela el edificio rascando con la panza la punta de los pinos. Cuando uno penetra en ese recinto de la cultura primero que nada aparecen los guardaespaldas. Son gente con bigote, chaqueta muy musculada y un bulto semejante a una pierna de cordero en la sobaquera. Vienen acompañando a cualquier conferenciante ilustre y forman un corro fumando en la puerta del aula mientras su jefe da una conferencia a los matriculados. Desde un control central los guardias apostados con sus furgones en la explanada reciben órdenes gangosas por la radio patrulla. El ilustre conferenciante de los cursos de verano puede ser un ministro, un juez famoso, un político de la oposición, un banquero de moda: cualquiera de ellos en sus tiempos de estudiante tal vez luchó a pedradas para que los guardias abandonaran el recinto de la universidad. Entonces la policía irrumpía con la porra erguida en el vestíbulo de cada facultad y algunos universitarios se defendían arrojando tazas de retrete desde las ventanas sobre los caballos que eran cabalgados por unos capotes grises. Ahora aquellos jóvenes rebeldes imparten doctrina estival dentro de un aroma a ozonopino, y su pensamiento, que también es refrescante, tiene una prolongación natural en las pistolas de los guardias que amablemente controlan la entrada. Es el signo de los tiempos: las armas constituyen la orla de la cultura. En una exposición de pintura contemplas un cuadro de lirios o de girasoles mientras un guarda jurado a tu lado acaricia la culata del revólver; en el aula de la universidad de verano cualquier prócer de la democracia está disertando sobre los derechos humanos y sus guardaespaldas con mirada torva controlan todos los movimientos de la sala. El pensamiento es débil, pero las pistolas hoy están bien engrasadas.
MANUEL VICENT 07/08/1994
Nunca como hoy el pensamiento débil se habrá visto protegido por tantas pistolas. El eurofórum donde se celebran las charlas y los coloquios de la Universidad Complutense de El Escorial se halla rodeado por la Guardia Civil. y un helicóptero sobrevuela el edificio rascando con la panza la punta de los pinos. Cuando uno penetra en ese recinto de la cultura primero que nada aparecen los guardaespaldas. Son gente con bigote, chaqueta muy musculada y un bulto semejante a una pierna de cordero en la sobaquera. Vienen acompañando a cualquier conferenciante ilustre y forman un corro fumando en la puerta del aula mientras su jefe da una conferencia a los matriculados. Desde un control central los guardias apostados con sus furgones en la explanada reciben órdenes gangosas por la radio patrulla. El ilustre conferenciante de los cursos de verano puede ser un ministro, un juez famoso, un político de la oposición, un banquero de moda: cualquiera de ellos en sus tiempos de estudiante tal vez luchó a pedradas para que los guardias abandonaran el recinto de la universidad. Entonces la policía irrumpía con la porra erguida en el vestíbulo de cada facultad y algunos universitarios se defendían arrojando tazas de retrete desde las ventanas sobre los caballos que eran cabalgados por unos capotes grises. Ahora aquellos jóvenes rebeldes imparten doctrina estival dentro de un aroma a ozonopino, y su pensamiento, que también es refrescante, tiene una prolongación natural en las pistolas de los guardias que amablemente controlan la entrada. Es el signo de los tiempos: las armas constituyen la orla de la cultura. En una exposición de pintura contemplas un cuadro de lirios o de girasoles mientras un guarda jurado a tu lado acaricia la culata del revólver; en el aula de la universidad de verano cualquier prócer de la democracia está disertando sobre los derechos humanos y sus guardaespaldas con mirada torva controlan todos los movimientos de la sala. El pensamiento es débil, pero las pistolas hoy están bien engrasadas.
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