MANUEL VICENT 31/07/1994
Cualquier aficionado a la fotografía que vaya a Ruanda puede ganar el Premio Pulitzer disparando a ciegas con una. simple máquina Polaroid. La imagen más suave de cuantas allí fermentan bajo la nube gris que exhalan los cadáveres hará llorar a todos los miembros del jurado. Esta peste medieval servida en directo a todo color en los telediarios también está ablandando el caparazón de los intelectuales en el borde de las piscinas. Cuando ya se preveía el descalabro del socialismo real, algunos pensadores profundos cambiaron de héroes. En su corazón desolado, Lenin, Che Guevara, Ho Chi Min, Fidel Castro y Mao Tsetung fueron sustituidos por Tintín, Mafalda, Charlie Brown, por algún divo del rock, por cualquier cantante de boleros. Parecía que el resplandor de las salchichas iba a iluminar la conciencia de toda la humanidad y el compromiso de los intelectuales venía al final de la carta de vinos. Pero entonces llegó la matanza ritual de Sarajevo, y ahora reina en todas las sobremesas la muerte pestilente y masiva de Ruanda. En el corazón desolado de muchos intelectuales, Tintín, Mafalda y Charlie Brown han dejado paso a las monjas misioneras, a los médicos sin fronteras, a los voluntarios de la Cruz Roja Internacional: son los nuevos héroes, los últimos astronautas. Por otra parte, hoy lo más hondo que se puede hacer en filosofía es llorar, de modo que los intelectuales se dividen en dos: los que apartan la vista del televisor cuando aparecen las imágenes de Ruanda, y los que resisten la visión de esos cuerpos agonizantes hasta el final. Ese niño que muere sonriendo a la cámara sin saber lo que le pasa formula la pregunta más profunda del mundo moderno. ¿Desvía usted los ojos de la pantalla, o es de los que aguanta con lágrimas la mirada de ese niño hasta que agoniza del todo? Merecer el Premio Pulitzer de fotografía en Ruanda es fácil. Lo difícil es reconocerse en el interior de esas imágenes, como uno de los seres que está en el infierno bajo el silencio terrorífico de Dios.
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