MANUEL VICENT 23/10/1994
¿Por qué llevaban tantos guardaespaldas estos tiburones financieros si el peligro no lo tenían detrás sino delante? No les van a servir de nada los coches blindados, las planchas de acero en los ascensores, las pistolas en la guantera, los sistemas electrónicos de seguridad, las cámaras de televisión en los pasillos, los despachos acorazados. Su único flanco débil era la legalidad, por donde finalmente se ha colado el juez. Sólo podrían cubrirlo ahora con un poco más de acero: el que requiere uña bala en la propia sien. Decía Camus que el suicidio es la única cuestión filosófica seria. Con él se resuelven en un segundo todos los problemas de la existencia. También es una forma financiera de cuadrar perfectamente un balance. Pero hoy se vive sin gloria: los tiburones no se suicidan, aunque hay balas de plata, incluso de oro, para tentusos exquisitos. El Leviatán es un monstruo de la mitología fenicia que, según el Libro de Job, podía identificarse con un gigantesco cocodrilo. El filósofo Hobbes asimila esta bestia con el Estado. Quienes la desafían al final siempre enloquecen. Javier de la Rosa y Mario Conde contemplaban a ese cocodrilo en la ciénaga desde la borda de sus respectivos yates. Tal vez confundieron el Estado con algunos políticos concretos, fáciles de corromper, asimilables al dinero. Se acercaron demasiado al monstruo. Un episodio de la moderna mitología va a consistir en ver cómo enloquecen públicamente estos personajes antes de ser devorados por el Gran Cocodrilo. Por muchos dosieres, conversaciones y vídeos grabados que tengan en su poder, no les servirán de nada. Tal vez algunos políticos corruptos serán llamados por el juez, pero ellos tendrán un destino peor que la cárcel: acabarán en la puerta de los juzgados vestidos de Superman. No se puede vivir después de haber navegado con unos barcos tan maravillosos. Antes del enfrentarse a la ceniza, los grandes romanos pedían la cicuta. Vivimos tiempos muy débiles. Estos tiburones financieros tampoco aman las balas de plata.
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