Parada
MANUEL VICENT
28/05/2000
Cualquier desfile militar siempre es un desfile de la victoria que se realiza para causar miedo o admiración, nunca para despertar el amor de los ciudadanos. Se exhiben los soldados con su armamento como el gallo muestra la cresta y los espolones o como mea el tigre para marcar el territorio de caza. Pese a la literatura épica que envuelve a esta clase de paradas, lo cierto es que al final de la batalla siempre desfilan los cobardes, aquellos que agacharon la cabeza cuando pasaban las flechas. Entraban en Roma por la vía Apia las legiones después de cualquier hazaña victoriosa y traían monos, elefantes, leones enjaulados y enemigos vencidos que se iban a convertir en esclavos, pero los héroes verdaderos, que habían ofrecido el corazón a la espada enemiga, estaban muertos. Y los perdedores de la Historia, también. En los desfiles sólo se lucían los empavonados generales y los guerreros pusilánimes, la carne de cañón que había sobrado. Desde los tiempos de Roma la esencia de este festival bélico es la misma: la manifestación de un triunfo que lleva implícita una amenaza. El último desfile real fue el que celebraron los norteamericanos en el Broadway de Nueva York por su alevosa victoria en la guerra del Golfo. Allí los héroes ya fueron directamente las armas y entre ellas se exhibió el gran divo de acero, el Patriot, un cohete fálico que fue saludado a su paso por una multitud de adolescentes histéricas que se arañaban las mejillas. Como el impudor del mercado en Estados Unidos no tiene riberas, aquel desfile del Golfo estuvo financiado directamente por empresas multinacionales, Sears, General Motors, Texaco, Coca-Cola, cuyas banderas colgaban de las farolas para dar sombra a sus soldados. Me pregunto qué motivos tendrá todavía el Ejército español para desfilar si ya no hay triunfo, hazaña o sangre derramada que rememorar ni miedo subliminal que imponer a una sociedad democrática. Por otra parte, las tanquetas, cohetes y aviones que puedan exigir nuestros guerreros los estamos pagando en cómodos plazos a fábricas extranjeras: no llevan incorporado el orgullo nacional. Ayer se celebró en Cataluña el último desfile enmascarado de la victoria. Si el cava tiene un sentido es para brindar por esa despedida. El año que viene, que desfilen los jefes del Banco Mundial y los capitanes de empresas multinacionales. Ése es ahora el Ejército moderno mejor armado.
28/05/2000
Cualquier desfile militar siempre es un desfile de la victoria que se realiza para causar miedo o admiración, nunca para despertar el amor de los ciudadanos. Se exhiben los soldados con su armamento como el gallo muestra la cresta y los espolones o como mea el tigre para marcar el territorio de caza. Pese a la literatura épica que envuelve a esta clase de paradas, lo cierto es que al final de la batalla siempre desfilan los cobardes, aquellos que agacharon la cabeza cuando pasaban las flechas. Entraban en Roma por la vía Apia las legiones después de cualquier hazaña victoriosa y traían monos, elefantes, leones enjaulados y enemigos vencidos que se iban a convertir en esclavos, pero los héroes verdaderos, que habían ofrecido el corazón a la espada enemiga, estaban muertos. Y los perdedores de la Historia, también. En los desfiles sólo se lucían los empavonados generales y los guerreros pusilánimes, la carne de cañón que había sobrado. Desde los tiempos de Roma la esencia de este festival bélico es la misma: la manifestación de un triunfo que lleva implícita una amenaza. El último desfile real fue el que celebraron los norteamericanos en el Broadway de Nueva York por su alevosa victoria en la guerra del Golfo. Allí los héroes ya fueron directamente las armas y entre ellas se exhibió el gran divo de acero, el Patriot, un cohete fálico que fue saludado a su paso por una multitud de adolescentes histéricas que se arañaban las mejillas. Como el impudor del mercado en Estados Unidos no tiene riberas, aquel desfile del Golfo estuvo financiado directamente por empresas multinacionales, Sears, General Motors, Texaco, Coca-Cola, cuyas banderas colgaban de las farolas para dar sombra a sus soldados. Me pregunto qué motivos tendrá todavía el Ejército español para desfilar si ya no hay triunfo, hazaña o sangre derramada que rememorar ni miedo subliminal que imponer a una sociedad democrática. Por otra parte, las tanquetas, cohetes y aviones que puedan exigir nuestros guerreros los estamos pagando en cómodos plazos a fábricas extranjeras: no llevan incorporado el orgullo nacional. Ayer se celebró en Cataluña el último desfile enmascarado de la victoria. Si el cava tiene un sentido es para brindar por esa despedida. El año que viene, que desfilen los jefes del Banco Mundial y los capitanes de empresas multinacionales. Ése es ahora el Ejército moderno mejor armado.
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