Profecías
MANUEL VICENT 04/07/1993
Desde hace años se viene repitiendo la última profecía: Éste será el último verano feliz. Mientras mil millones de chinos se afanan como hormigas confeccionando nuestros calzoncillos por 300 pesetas al mes y las esclavas del Senegal cosen en silencio para Dior y Armani los vestidos de alta costura que brillarán en los escaparates la próxima temporada, los occidentales nos disponemos a vivir la prórroga que nos conceden los profetas. Éste será el último verano en que se nos va a permitir bailar el mambo sobre la tabla del naufragio, antes de hundirnos por completo, según anuncian los agoreros; pero, sin duda, usted se sorprenderá agradablemente cuando se vea vivo una vez más al llegar el otoño, aunque sólo sea para contemplar cómo esa hamburguesa humana que atiende con el nombre de Clinton vuelve a bombardear a unos inocentes en Bagdad para que el Pentágono no crea que es un maricón ni un desertor del Vietnam. ¿Es posible que un senor sonrosado que toca el saxofón y ama el jazz sea capaz de decidir una matanza indiscriminada sólo movido por la venganza? No se muera usted, no haga caso a los profetas. Hay que sobrevivir para denunciar este escarnio, ya que los aliados, gracias a su ruina moral, no serán capaces de hacerlo nunca. Es igualmente obligatorio permanecer a salvo para llenarse de espanto viendo que el antiguo orgullo planetario de los soviéticos ha terminado en unas levas de mujeres adquiridas en las calles de Moscú por nuestros proxenetas para abaratar la carne de los prostíbulos occidentales. Claman los profetas con voz llena de halitosis: todo lo que no es perfecto debe ser aniquilado. Es necesario sobrevivir a estos malos presagios. Éste tampoco será el último verano feliz. Mientras usted se baña en las playas, millones de esclavos estarán bordando sus próximos calzoncillos en un lugar apartado del planeta, y ninguna cólera va a restar fuerza a la vida. Pero este verano no será el último, siempre que usted se convierta en un resistente contra su propio desánimo.
MANUEL VICENT 04/07/1993
Desde hace años se viene repitiendo la última profecía: Éste será el último verano feliz. Mientras mil millones de chinos se afanan como hormigas confeccionando nuestros calzoncillos por 300 pesetas al mes y las esclavas del Senegal cosen en silencio para Dior y Armani los vestidos de alta costura que brillarán en los escaparates la próxima temporada, los occidentales nos disponemos a vivir la prórroga que nos conceden los profetas. Éste será el último verano en que se nos va a permitir bailar el mambo sobre la tabla del naufragio, antes de hundirnos por completo, según anuncian los agoreros; pero, sin duda, usted se sorprenderá agradablemente cuando se vea vivo una vez más al llegar el otoño, aunque sólo sea para contemplar cómo esa hamburguesa humana que atiende con el nombre de Clinton vuelve a bombardear a unos inocentes en Bagdad para que el Pentágono no crea que es un maricón ni un desertor del Vietnam. ¿Es posible que un senor sonrosado que toca el saxofón y ama el jazz sea capaz de decidir una matanza indiscriminada sólo movido por la venganza? No se muera usted, no haga caso a los profetas. Hay que sobrevivir para denunciar este escarnio, ya que los aliados, gracias a su ruina moral, no serán capaces de hacerlo nunca. Es igualmente obligatorio permanecer a salvo para llenarse de espanto viendo que el antiguo orgullo planetario de los soviéticos ha terminado en unas levas de mujeres adquiridas en las calles de Moscú por nuestros proxenetas para abaratar la carne de los prostíbulos occidentales. Claman los profetas con voz llena de halitosis: todo lo que no es perfecto debe ser aniquilado. Es necesario sobrevivir a estos malos presagios. Éste tampoco será el último verano feliz. Mientras usted se baña en las playas, millones de esclavos estarán bordando sus próximos calzoncillos en un lugar apartado del planeta, y ninguna cólera va a restar fuerza a la vida. Pero este verano no será el último, siempre que usted se convierta en un resistente contra su propio desánimo.
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