El equipo
MANUEL VICENT 18/06/2000
Existen dos escuelas filosóficas muy distintas que podrían desarrollarse en los vestuarios de los campos de fútbol si Platón y Aristóteles hoy fueran entrenadores. Una afirma que en el principio fue el verbo o la idea; la otra defiende que antes que el verbo fue la acción. Si el entrenador fuera Aristóteles sin duda trataría de imbuir en los jugadores la convicción de que sólo la práctica origina la inspiración, de modo que un buen futbolista es incapaz de distinguir el pensamiento y el remate de cabeza: ambos impulsos parten de un mismo punto del cerebro y son simultáneos. Esta educación pragmática ha instituido en los colegios anglosajones el deporte como fuente de perfección: del esfuerzo físico sometido a estrictas reglas se derivan todas las virtudes del espíritu que luego deberán aplicarse a la política y a la moral. El genio está en que la dura disciplina se convierta en un juego y que éste sea limpio. En cambio si el entrenador fuera Platón forzaría al equipo a creer que sólo la idea mueve la musculatura, del mismo modo que el espíritu gobierna la historia. De este hálito inmaterial depende el destino. Como mi afición al fútbol es idealista imagino a Platón después de la derrota de la selección española frente a Noruega convirtiendo el vestuario en su famosa caverna oscura con los jugadores sentados de espaldas a la luz que proviene del exterior y que proyecta en la pared sus propias sombras tal como se movieron en el campo durante el partido. El mito de la caverna fue realmente un vídeo. En la primera lección el entrenador Platón haría ver a los jugadores que en realidad no existen, que esas figuras fantasmagóricas que se agitan en la pared iluminada sólo toman cuerpo cuando son poseídas por una idea de conjunto. Tal vez las ideas a priori que según Platón encarnan en los seres para dotarlos de identidad no son distintas del ácido desoxirribonucleico. Existe el ADN del campeón pero la selección nacional carece de ese ácido victorioso. Su genio es la agonía: pedir a última hora amparo a la fortuna. En el fondo de la caverna el entrenador Platón demostraría que cada jugador era sólo una ficción. A la hora de constituir el equipo invocaría a un verbo en forma de lengua de fuego que se posara sobre todas las sombras para convertirlas en un solo músculo articulado con la idea del triunfo. Así se crea un equipo de jugadores platónicos invencibles. Casi son ángeles.
MANUEL VICENT 18/06/2000
Existen dos escuelas filosóficas muy distintas que podrían desarrollarse en los vestuarios de los campos de fútbol si Platón y Aristóteles hoy fueran entrenadores. Una afirma que en el principio fue el verbo o la idea; la otra defiende que antes que el verbo fue la acción. Si el entrenador fuera Aristóteles sin duda trataría de imbuir en los jugadores la convicción de que sólo la práctica origina la inspiración, de modo que un buen futbolista es incapaz de distinguir el pensamiento y el remate de cabeza: ambos impulsos parten de un mismo punto del cerebro y son simultáneos. Esta educación pragmática ha instituido en los colegios anglosajones el deporte como fuente de perfección: del esfuerzo físico sometido a estrictas reglas se derivan todas las virtudes del espíritu que luego deberán aplicarse a la política y a la moral. El genio está en que la dura disciplina se convierta en un juego y que éste sea limpio. En cambio si el entrenador fuera Platón forzaría al equipo a creer que sólo la idea mueve la musculatura, del mismo modo que el espíritu gobierna la historia. De este hálito inmaterial depende el destino. Como mi afición al fútbol es idealista imagino a Platón después de la derrota de la selección española frente a Noruega convirtiendo el vestuario en su famosa caverna oscura con los jugadores sentados de espaldas a la luz que proviene del exterior y que proyecta en la pared sus propias sombras tal como se movieron en el campo durante el partido. El mito de la caverna fue realmente un vídeo. En la primera lección el entrenador Platón haría ver a los jugadores que en realidad no existen, que esas figuras fantasmagóricas que se agitan en la pared iluminada sólo toman cuerpo cuando son poseídas por una idea de conjunto. Tal vez las ideas a priori que según Platón encarnan en los seres para dotarlos de identidad no son distintas del ácido desoxirribonucleico. Existe el ADN del campeón pero la selección nacional carece de ese ácido victorioso. Su genio es la agonía: pedir a última hora amparo a la fortuna. En el fondo de la caverna el entrenador Platón demostraría que cada jugador era sólo una ficción. A la hora de constituir el equipo invocaría a un verbo en forma de lengua de fuego que se posara sobre todas las sombras para convertirlas en un solo músculo articulado con la idea del triunfo. Así se crea un equipo de jugadores platónicos invencibles. Casi son ángeles.
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