Fábula
MANUEL VICENT 20/07/2008
Cuando la Liga Papal, la OTAN de entonces, venció a los turcos en la batalla de Lepanto, Pío V tardó dos meses en enterarse de la victoria y Felipe II no recibió la buena nueva hasta noventa días después. Cuando estos dos jefes del Imperio se enteraron del éxito, la escuadra turca ya se había rearmado y estaba en situación de amenazar de nuevo a la cristiandad. En cierto modo hoy sucede lo contrario. Antes de salir de casa a comprar el periódico cada mañana, a veces leo las noticias en el digital y cuando llego al quiosco situado a escasos metros de distancia, ya sé que voy a leer en el papel sucesos que ya no existen porque han sido superados en el último minuto por la actualidad. Si se desecha la idea de que Homero fue un enviado especial a la guerra de Troya o que Herodoto y Tucídides podrían escribir hoy en The New York Times como grandes estrellas, el periodismo moderno nació en el siglo XV en la plaza de San Marcos de Venecia a donde llegaban las naves de Oriente. En el muelle, al pie de los barcos unos tipos tomaban nota de las mercancías junto con las noticias que traían los marineros desde otros mares. El diario se llamaba gaceta, que significa cotorrita. Los gacetilleros sabían que la única verdad era la relación exacta de los objetos de comercio que descargaban las naves, especias, sedas, semillas, perfumes. El resto sólo eran hechos que no se distinguían mucho de las fantasías. Los marineros contaban episodios de ciudades sitiadas, de incendios y matanzas sucedidas en países lejanos, pero estas noticias venían unidas a los cuentos que habían oído en las esquinas de los grandes bazares. Las mil y una noches eran la misma cosa que las especias que servían para sazonar los embutidos del cerdo y a la vez la caída de Constantinopla se confundía con la alfombra mágica y la lámpara de Aladino. Noticias y fábulas convertidas en mercaderías, he aquí la esencia del periodismo, como género literario del siglo XXI. Todas las mañanas compro el periódico de papel en una gasolinera que está a cuatrocientos pasos de casa. Si antes de salir he leído por Internet las últimas noticias, cuando llego al quiosco ya sé que los turcos han vuelto a ganar la guerra de Lepanto. Y leo el periódico como una fábula.
MANUEL VICENT 20/07/2008
Cuando la Liga Papal, la OTAN de entonces, venció a los turcos en la batalla de Lepanto, Pío V tardó dos meses en enterarse de la victoria y Felipe II no recibió la buena nueva hasta noventa días después. Cuando estos dos jefes del Imperio se enteraron del éxito, la escuadra turca ya se había rearmado y estaba en situación de amenazar de nuevo a la cristiandad. En cierto modo hoy sucede lo contrario. Antes de salir de casa a comprar el periódico cada mañana, a veces leo las noticias en el digital y cuando llego al quiosco situado a escasos metros de distancia, ya sé que voy a leer en el papel sucesos que ya no existen porque han sido superados en el último minuto por la actualidad. Si se desecha la idea de que Homero fue un enviado especial a la guerra de Troya o que Herodoto y Tucídides podrían escribir hoy en The New York Times como grandes estrellas, el periodismo moderno nació en el siglo XV en la plaza de San Marcos de Venecia a donde llegaban las naves de Oriente. En el muelle, al pie de los barcos unos tipos tomaban nota de las mercancías junto con las noticias que traían los marineros desde otros mares. El diario se llamaba gaceta, que significa cotorrita. Los gacetilleros sabían que la única verdad era la relación exacta de los objetos de comercio que descargaban las naves, especias, sedas, semillas, perfumes. El resto sólo eran hechos que no se distinguían mucho de las fantasías. Los marineros contaban episodios de ciudades sitiadas, de incendios y matanzas sucedidas en países lejanos, pero estas noticias venían unidas a los cuentos que habían oído en las esquinas de los grandes bazares. Las mil y una noches eran la misma cosa que las especias que servían para sazonar los embutidos del cerdo y a la vez la caída de Constantinopla se confundía con la alfombra mágica y la lámpara de Aladino. Noticias y fábulas convertidas en mercaderías, he aquí la esencia del periodismo, como género literario del siglo XXI. Todas las mañanas compro el periódico de papel en una gasolinera que está a cuatrocientos pasos de casa. Si antes de salir he leído por Internet las últimas noticias, cuando llego al quiosco ya sé que los turcos han vuelto a ganar la guerra de Lepanto. Y leo el periódico como una fábula.
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