Positivo
MANUEL VICENT 14/03/1993
Soy un paseante asiduo de la ciudad. Conozco toda clase de excrementos de perro y a pesar de eso no soy pesimista. Creo que la humanidad está viviendo el mejor momento. Nunca en la historia ha habido tanta justicia, tanto placer. También el dolor de este planeta hoy es inmenso, pero la gente ahora se conmueve ante cualquier desgracia, envía mantas para los terremotos, organiza equipos de salvamento en las riadas, acoge a los refugiados de la guerra, protesta contra la tortura, se escandaliza por la pena de muerte, tapa con una manta los cadáveres en las cunetas, se enternece cuando los asesinos miran directamente a la cámara. Todos los grandes poemas de la antigüedad aún están chorreando sangre. Los libros sagrados de cualquier religión no son sino un trayecto repleto de profetas feroces, de castigos asoladores, de guerreros que pasan a cuchillo a niños y mujeres, de dioses que se comen unos a otros. Todos esos miserables se ofrecían como ejemplo a los mortales. Sin duda, Virgilio y Horacio tenían una extraordinaria sensibilidad. No obstante, podían pasear sin inmutarse por la Vía Apia, llena de reos crucificados, departiendo sobre los recentales. También ellos mismos eran capaces de azotar a cualquier esclavo, rebelde hasta desollarlo y a continuación enhebrar el verso más sublime. A través de todas las pestes de la Edad Media, que parecían consustanciales a la naturaleza humana, los supervivientes alcanzaron el Renacimiento, donde para llegar a Papa había que ser un gran experto en venenos. Cualquier patán de nuestro tiempo, si no es un psicópata, posee sentimientos más refinados frente al dolor y la injusticia que Dante y Petrarca juntos, tan acostumbrados a ver pasar por delante de su casa cuerdas de condenados camino de la horca sin dejar de bostezar. Hoy un rufián llora por una desdicha ajena de la cual el mismo Cervantes se hubiera reído a carcajadas. Pienso en estas cosas paria consolarme mientras paseo por la ciudad esquivando heces de perro de todas clases.
MANUEL VICENT 14/03/1993
Soy un paseante asiduo de la ciudad. Conozco toda clase de excrementos de perro y a pesar de eso no soy pesimista. Creo que la humanidad está viviendo el mejor momento. Nunca en la historia ha habido tanta justicia, tanto placer. También el dolor de este planeta hoy es inmenso, pero la gente ahora se conmueve ante cualquier desgracia, envía mantas para los terremotos, organiza equipos de salvamento en las riadas, acoge a los refugiados de la guerra, protesta contra la tortura, se escandaliza por la pena de muerte, tapa con una manta los cadáveres en las cunetas, se enternece cuando los asesinos miran directamente a la cámara. Todos los grandes poemas de la antigüedad aún están chorreando sangre. Los libros sagrados de cualquier religión no son sino un trayecto repleto de profetas feroces, de castigos asoladores, de guerreros que pasan a cuchillo a niños y mujeres, de dioses que se comen unos a otros. Todos esos miserables se ofrecían como ejemplo a los mortales. Sin duda, Virgilio y Horacio tenían una extraordinaria sensibilidad. No obstante, podían pasear sin inmutarse por la Vía Apia, llena de reos crucificados, departiendo sobre los recentales. También ellos mismos eran capaces de azotar a cualquier esclavo, rebelde hasta desollarlo y a continuación enhebrar el verso más sublime. A través de todas las pestes de la Edad Media, que parecían consustanciales a la naturaleza humana, los supervivientes alcanzaron el Renacimiento, donde para llegar a Papa había que ser un gran experto en venenos. Cualquier patán de nuestro tiempo, si no es un psicópata, posee sentimientos más refinados frente al dolor y la injusticia que Dante y Petrarca juntos, tan acostumbrados a ver pasar por delante de su casa cuerdas de condenados camino de la horca sin dejar de bostezar. Hoy un rufián llora por una desdicha ajena de la cual el mismo Cervantes se hubiera reído a carcajadas. Pienso en estas cosas paria consolarme mientras paseo por la ciudad esquivando heces de perro de todas clases.
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