El Mielero
MANUEL VICENT 19/12/1993
En la planta noble del Tribunal Supremo había ese silencio que se deriva de las gruesas alfombras, de los cortinajes densos, de las maderas oscuras. Estaban en los despachos los magistrados sentados en un modelo de poltrona que tiene dos leones mordiéndote las paletillas. Alguna secretaria cruzaba por el pasillo acunando en su pecho un sumario amarillo y en cada esquina un ujier dormído subrayaba aún más el hermetismo de esa alta esfera de la Administración de justicia, pero de pronto en la gran puerta sobredorada de uno de los presidentes de sala sonaron los nudillos de una mano. "Pase", exclamó el magistrado desde el fondo del despacho. El. mielero entreabrió tímidamente la puerta, asomó la cabeza y sin quitarse la boina capona dijo: "Traigo miel, embutidos y queso del pueblo. ¿Necesita usted algo, jefe'. Con amabilidad el magistrado contestó que no necesitaba nada, que su mujer en casa tenía de todo, aunque insinuó sonriendo que tal vez el fiscal general del Estado podría estar interesado en alguna clase de chorizos. El mielero, que iba cargado con dos alforjas repletas de productos genuinos y ataviado con blusa y albarcas de caucho, se paseó a sus anchas por todo el ámbito del Tribunal Supremo ofreciendo embutidos, queso y miel por los despachos sin despertar sospecha. Con toda naturalidad este mielero de Cuenca había entrado por la puerta principal del Palacio de Justicia, había mostrado el carné, y puesto que su mercancía no hizo sonar ninguna señal de alarma, creyendo que era un proveedor de la casa, los guardias le dejaron pasar. Los chorizos de todo tipo, tanto humanos como de cerdo, no dan señal alguna en el registro magnético. Cuando después de una hora el mielero volvió a cruzar por el control de salida venía muy aligerado de peso. No tenía mucha idea del lugar que había visitado, lleno de señores con una borla negra en la cabeza, pero presumía de haber colocado allí siete kilos de embuchados, nueve tarros de miel de La Alcarria, seis quesos manchegos y un número indeterminado de chorizos.
MANUEL VICENT 19/12/1993
En la planta noble del Tribunal Supremo había ese silencio que se deriva de las gruesas alfombras, de los cortinajes densos, de las maderas oscuras. Estaban en los despachos los magistrados sentados en un modelo de poltrona que tiene dos leones mordiéndote las paletillas. Alguna secretaria cruzaba por el pasillo acunando en su pecho un sumario amarillo y en cada esquina un ujier dormído subrayaba aún más el hermetismo de esa alta esfera de la Administración de justicia, pero de pronto en la gran puerta sobredorada de uno de los presidentes de sala sonaron los nudillos de una mano. "Pase", exclamó el magistrado desde el fondo del despacho. El. mielero entreabrió tímidamente la puerta, asomó la cabeza y sin quitarse la boina capona dijo: "Traigo miel, embutidos y queso del pueblo. ¿Necesita usted algo, jefe'. Con amabilidad el magistrado contestó que no necesitaba nada, que su mujer en casa tenía de todo, aunque insinuó sonriendo que tal vez el fiscal general del Estado podría estar interesado en alguna clase de chorizos. El mielero, que iba cargado con dos alforjas repletas de productos genuinos y ataviado con blusa y albarcas de caucho, se paseó a sus anchas por todo el ámbito del Tribunal Supremo ofreciendo embutidos, queso y miel por los despachos sin despertar sospecha. Con toda naturalidad este mielero de Cuenca había entrado por la puerta principal del Palacio de Justicia, había mostrado el carné, y puesto que su mercancía no hizo sonar ninguna señal de alarma, creyendo que era un proveedor de la casa, los guardias le dejaron pasar. Los chorizos de todo tipo, tanto humanos como de cerdo, no dan señal alguna en el registro magnético. Cuando después de una hora el mielero volvió a cruzar por el control de salida venía muy aligerado de peso. No tenía mucha idea del lugar que había visitado, lleno de señores con una borla negra en la cabeza, pero presumía de haber colocado allí siete kilos de embuchados, nueve tarros de miel de La Alcarria, seis quesos manchegos y un número indeterminado de chorizos.
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