domingo, 20 de julio de 2008

IMPUDOR

Impudor
MANUEL VICENT 14/08/1994

Por lo visto la economía se arregla sola. No hay que tocarla. Todos los ministros de finanzas son intercambiables: ante su rostro perplejo las crisis vienen y se van. Después de unos años duros ahora se vislumbran los prime ros indicios de recuperación, por ejemplo, los fastos de los moros han vuelto a Marbella y allí entre mármoles y. gorilas algunos españoles ya están preparados para aplaudir de nuevo a los emires cuando en las noches. locas ellos defequen dentro de las mentoladas piscinas. A los náuticos de Ibiza y Mallorca también han re gresado las popas de los grandes yates donde se exhibe a algún anciano en silla de ruedas, rey de la salchicha, rodeado de mucha chas fabricadas con el mejor plástico, que los guardaespaldas italianos se pasan por las armas al amanecer en presencia del patrón. El síntoma más significativo de que la depresión ha tocado fondo no es la bajada del índice de, paro, sino el grado de desfachatez con que el dinero se manifiesta. Este verano de 1994 el in terior de España sigue oliendo a vacuno, pero en las costas los multimillonarios ya han perdido el pudor. Junto a las iglesias románicas en plazas de carros se apalean y degüellan miles de reses. Ésa es la sustancia perenne de la patria. Bajo la plasta de esta canícula llena de estocadas, incendios y tábanos, un torero ha sustituido la montera por un gorro cuartelero con borlita. Aunque esa estampa es absoluta mente cutre no es tan siniestra como la imagen de Javier de la Rosa paseándose en su yate de 2.000 millones en aguas de las Baleares protegido por la Guardia Civil. Es la otra cara de la España negra. El hecho de que este financiero, después de haber arruinado a tanta gente, puede exhibir esa fastuosa cola de pavo real por los pantalones sin que el mundo estalle a sus pies es algo y muy misterioso que está entre el escándalo y el desafío. La España de sangre y polvo permanece inalterable, pero existe una señal inequívoca de recuperación económica: los peces gordos en sus yates comienzan a ser admirados otra vez por los tenderos.

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