Fotos
MANUEL VICENT 28/08/1994
Las grandes guerras y las profundas revoluciones sólo se hacen para obtener unas buenas fotografías. Gracias a que las fotografías en blanco y negro envejecen muy bien, unos acontecimientos cargados de sangre adquieren con el tiempo un color dorado que llena el corazón de nostalgia. Las guerras terminan, las revoluciones fracasan, pero las imágenes nunca desaparecen. Para ser inmortal hay que triunfar en las fotografías. Eso lo sabía muy bien Hemingway, que siempre estuvo en el momento preciso y, en el lugar exacto ante el fotógrafo adécuado. Ahora se conmemora el 50º aniversario de la liberación de París. Por lo visto, la Segunda Guerra Mundial se hizo para que Hemingway pudiera llegar al bar del hotel Ritz en la Place Vendôme a tomarse unas copas y los blindados de Leclerc no hicieron sino servirle de escolta. Este escritor se las sabía todas. Entró en París con las tropas aliadas, se fue al estudio de Picasso y le dejó un cajón de bombas de mano en el rellano con una nota para la prensa, luego llegó al Ritz y se bebió media bodega, llamó a Simone de Beauvoir y se acostó con ella sin permiso de Sartre. Pero primero se hizo la foto. De eso se trataba. La guerra mundial en París ha quedado reducida a un bar con el nombre, de Hemingway en el Ritz para uso de japoneses y turistas americanos. Lo mismo su cederá con la revolución cubana. Cuando todo termine, Fidel Castro sólo habrá triunfado en unas maravillosas fotos donde se le verá entrando en La Habana, verde y joven, rodeado de otros, guerrilleros barbudos que baja ban de la sierra, y allí estará otra vez Hemingway dispuesto a robarle un nuevo plano a la historia. En el futuro la revolución cubana será la imagen sepia de Hemingway y Castro abrazados. Y en la nostalgia por la redención de los pobres de Latinoamérica quedarán implicados esencial mente los daiquiris que el escritor tomaba en Floridita sin que nadie pueda separarlos del heroísmo. Al final los vencedores siempre son los que saben salir bien en la fotografía.
MANUEL VICENT 28/08/1994
Las grandes guerras y las profundas revoluciones sólo se hacen para obtener unas buenas fotografías. Gracias a que las fotografías en blanco y negro envejecen muy bien, unos acontecimientos cargados de sangre adquieren con el tiempo un color dorado que llena el corazón de nostalgia. Las guerras terminan, las revoluciones fracasan, pero las imágenes nunca desaparecen. Para ser inmortal hay que triunfar en las fotografías. Eso lo sabía muy bien Hemingway, que siempre estuvo en el momento preciso y, en el lugar exacto ante el fotógrafo adécuado. Ahora se conmemora el 50º aniversario de la liberación de París. Por lo visto, la Segunda Guerra Mundial se hizo para que Hemingway pudiera llegar al bar del hotel Ritz en la Place Vendôme a tomarse unas copas y los blindados de Leclerc no hicieron sino servirle de escolta. Este escritor se las sabía todas. Entró en París con las tropas aliadas, se fue al estudio de Picasso y le dejó un cajón de bombas de mano en el rellano con una nota para la prensa, luego llegó al Ritz y se bebió media bodega, llamó a Simone de Beauvoir y se acostó con ella sin permiso de Sartre. Pero primero se hizo la foto. De eso se trataba. La guerra mundial en París ha quedado reducida a un bar con el nombre, de Hemingway en el Ritz para uso de japoneses y turistas americanos. Lo mismo su cederá con la revolución cubana. Cuando todo termine, Fidel Castro sólo habrá triunfado en unas maravillosas fotos donde se le verá entrando en La Habana, verde y joven, rodeado de otros, guerrilleros barbudos que baja ban de la sierra, y allí estará otra vez Hemingway dispuesto a robarle un nuevo plano a la historia. En el futuro la revolución cubana será la imagen sepia de Hemingway y Castro abrazados. Y en la nostalgia por la redención de los pobres de Latinoamérica quedarán implicados esencial mente los daiquiris que el escritor tomaba en Floridita sin que nadie pueda separarlos del heroísmo. Al final los vencedores siempre son los que saben salir bien en la fotografía.
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